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jueves, 22 de octubre de 2009

Sugiero lectura crítica del artículo de opinión "La autopsia de la sanidad pública"

OPINIÓN
La autopsia de la sanidad pública
Publicado el 21-10-2009 , por Gabriel Calzada en Expansión

Los españoles empezamos a deshacernos de nuestras alucinaciones en torno a la sanidad pública. El detonante de este brusco despertar ha sido la publicación de estudio sueco elaborado por Health Consumer Powerhouse con la ayuda de la Unión Europea.


El estudio advierte de que la sanidad pública española «se deteriora año tras año». En esta edición nuestro país se sitúa en el puesto 22 de los 33 países estudiados, detrás de Portugal y delante de Croacia.

El informe saca los colores a quienes nos cuentan año tras año desde la Carrera de San Jerónimo que tenemos uno de los mejores sistemas de sanidad pública del mundo. Los derechos de los pacientes, la información al paciente, la incorporación de las tecnología de la información, el acceso a un especialista y las listas de espera son los aspectos en los que peor puntúa nuestro sistema médico dirigido por políticos. La ministra de sanidad, Trinidad Jiménez, no se da por enterada y sigue erre que erre asegurando que «España dispone de un Sistema Nacional de Salud que se sitúa entre los mejores del mundo desarrollado». Eso sí, acto y seguido la ministra reclama un pacto que asegure la sostenibilidad del sistema y pide a los ciudadanos que crean en el modelo.

El único elemento al que se puede agarrar Jiménez para poner a la sanidad pública en semejante pedestal es el informe de la OMS del año 2000, que situaba la situaba en la sexta posición del mundo. Su publicación supuso todo un escándalo y no ha vuelto a realizarse porque debido a su metodología se anteponía la igualdad a cualquier otra consideración.

Servicio de calidad
La ex ministra del Partido Popular Ana Pastor tampoco se queda atrás al afirmar tras la publicación del estudio de Health Consumer Powerhouse que «hemos conseguido que nuestro sistema sanitario sea reconocido como uno de los mejores del mundo y que los ciudadanos lo defiendan y le otorguen una alta valoración.» A lo que inmediatamente añade un «pero» muy grande: «pero la Sanidad, como servicio público básico, ha de ofrecer un servicio de calidad».

En otras palabras, que somos los mejores de cara a la galería pero no estaría mal llegar a ofrecer verdadera calidad algún día. Mientras que la ministra y la ex ministra confirman el diagnóstico sueco de manera indirecta, los lectores de elmundo.es lo hacían directamente contestando a una encuesta sobre la calidad de nuestra sanidad pública en la que apenas se le otorgaba un aprobado raspado (5,6 de 10).

Con todos sus aciertos, el estudio sueco sólo muestra algunos síntomas de la enfermedad que sufre nuestro sistema público de salud y no identifica el origen del problema que no es otro que la Ley General de Sanidad de 1986. El 29 de abril de ese año la clase política socializó la sanidad en torno a tres pilares: acceso en condiciones de igualdad, universalidad y gratuidad. El acceso en condiciones de igualdad –una quimera donde las haya– se implantó mediante la creación de ambulatorios por todo el territorio nacional. Esta política, combinada con el precio cero de los servicios que ofrecían, acabó con el ejercicio libre de la medicina en este país.

La radicalidad del legislador se observa mejor en el carácter universal del sistema impuesto. Imagínese que Zapatero dijera hoy que porque hay una pequeña porción de la sociedad que no logra comprar los alimentos que necesita, va a implantar un sistema de comedores para todos los españoles y que si uno quiere comer otra cosa lo tendrá que pagar sin derecho a recuperar lo que ha pagado en impuestos para la financiación de esos comedores estatales. Si en el campo alimenticio este modelo no tiene sentido, menos aún lo tiene en la medicina, un ámbito donde cada paciente es distinto y necesita un tratamiento personalizado.

El colmo del disparate se logró con la supuesta gratuidad de la sanidad pública. Primero porque, para quienes la pagan, es cualquier cosa menos gratuita. En segundo lugar porque a precio cero, la demanda se dispara. Igual que no existe un «almuerzo gratis» tampoco hay un tratamiento médico gratuito. Lo que puede pasar es que quien pague no tenga que ver con quien consume el servicio y se trate de hacer creer a todo el mundo que es otro el que paga. El resultado esperable es que la mayoría de la ciudadanía quiera consumir sin medida. En efecto, el paciente español visita al médico más de 10 veces al año, un 60% más que la media europea, y acude un 50% más a urgencias que en el resto de países desarrollados.

Este esquema, típico de un país socialista, tiene multitud de efectos perversos bien conocidos por nuestros pacientes: la poca racionalidad en el uso de los recursos debido a la ausencia de competencia y a la nefasta gestión pública de en el campo de la logística que produce continuos cuellos de botella; la masificación de las consultas, que hace que los pacientes sean tratados como si se tratara de ganado y que ha hecho que surja una plataforma de médicos que reclama tener 10 minutos (¡!) para cada paciente; las temidas listas de espera para las operaciones quirúrgicas; la huida de miles de médicos a otros países donde se les paga mejor y se les ofrece un entorno de trabajo más atractivo y con más futuro; los controles de precios en los fármacos que están acabando con la investigación, el desarrollo y la innovación farmacéutica en España por mucho que la ministra diga que «aspira a asegurar que la innovación» en este campo ; la escasa y deficiente información al paciente con el objeto de contener el gasto en fármacos. Estos no son más que algunos de los problemas que aqueja nuestra sanidad que se ven sin siquiera tener que auscultar al paciente.

Aumento del gasto
A los políticos, claro, ni se les ocurre que el problema pueda ser su modelo ultraintervencionista. Por eso todas sus «soluciones» pasan por aumentar el disparatado gasto. Sin embargo, el gasto de la sanidad pública ha aumentado hasta pasar del 10% del PIB sin que los síntomas remitan. Pero no hay que deprimirse. No todo son malas noticias. Según el estudio sueco la excelencia sanitaria se puede encontrar en España pero «depende demasiado de la posibilidad de que el paciente pueda permitirse el pago de un seguro privado» con el que al menos complementar el servicio público.

Es evidente que los autores del estudio no saben que en España hay algunos ciudadanos que sí pueden acceder a la sanidad privada sin tener que pagar dos veces. Este es el caso de los funcionarios del estado que forman una casta privilegiada que goza de cierta libertad de elección médica. A pesar de que este segmento de la población tiende a ser, sociológicamente hablando, de los más intervencionistas, año tras año entre el 83 y el 86 por ciento elige la sanidad privada.

Nada dura eternamente, ni siquiera la sanidad pública española nacida en el 86. El día que todos tengamos los mismos derechos y podamos elegir haremos la autopsia al sistema público y nos preguntaremos cómo fuimos capaces de aguantar tanto tiempo un modelo tan deficiente, caro y falto de libertad.

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